Estos días, sin duda nos hemos volcado en eso de la boda real de Mónaco. Y es que es normal, no todos los días se nos casan los príncipes europeos, aunque con la racha que llevamos de una al mes, igual como que es mucho más de lo habitual para que luego tengan que pasar otros diez años.
Sea como fuere, como en su día hicimos para Kate Middleton, hoy ya Catalina, como que no está de más ver cómo era la radiante novia cuando no era más que una niña con ganas de nadar y que, ni por asomo, imaginaba que algún día sería princesa. Así que hagamos un pequeño repaso a las fotos de anuario y de infancia de Charlene Wittstock.
Aquí tenemos a la que ya debemos llamar su Alteza Serenesíma en el año 78, año de su nacimiento junto a papá y a mamá de la que heredó las aletas y las branquias por eso de que era instructora de natación, porque de su padre ejecutivo de ventas me da que no heredó más que la posibilidad de que nos haya vendido la moto, cosa que dudo, porque hay que decirlo, esta chica representa la más santa paciencia con todo lo que se dice, se comenta, se rumorea de su querido esposo. De hecho después de la boda deberían proponerla para engrosar el santoral que el milagro está más que probado…
Tan rubia, tan despierta, con esos pedazo de ojos tan grandes… Si es que le falta la coronita en ese momento.
Ahí la tenemos en su más tierna infancia con ese típico corte de pelo que todos los que hayáis vivido los años ochenta habréis llevado y que estaba hecho a partes iguales entre mala leche y traición. Desde luego nuestras madres ni tenían piedad a la hora de cortar flequillos… sí, fui víctima de una tijera traicionera, qué le vamos a hacer.
Como curiosidad os diré que esa misma niña que veis ahí a sus 12 años ya mostraba algunas de las grandes preocupaciones que marcarían luego su trayectoria. Y es que ya entonces la chiquilla escribía sobre el cambio climático y planteaba problemas por los que hoy se inclina. Vamos, que vaya augurios, ni que hubiese tenido un espejito espejito mágico…
Creo que es el momento de decir, sin caer en la más absoluta crueldad, que Charlene es como el buen vino, ha mejorado bastante con la edad…
... hasta llegar a ser esa jovencita de espaldas de dos por dos que enamoró al príncipe de nuestro cuento. Ahora veremos a ver si comen perdices de por vida o algún que otro elemento alado que saque la pluma de donde no tiene que salir. Ains, si es que es como la Cenicienta pero en lugar de zapato de cristal aquí hay una medalla de oro, para que no digan que con los años no nos volvemos románticos.
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