Si es que mala hierba nunca muere, ya se sabe. Y el alcohol nunca fue una hierba especialmente buena o si no que se lo digan a Amy Winehouse, que cuando parece que ha conseguido podarla del todo… aparece de nuevo con más fuerzas y más ganas que antes. No hay manera de acabar con ella y eso que después de su actuación en Londres todos pensábamos que la muchacha ya iba por buen camino (porque lo de ir vomitando en las peluquerías no se lo tuvimos en cuenta) y estábamos a punto de ponerla un pin por buena reinserción en el mundo de los que no desayunamos mojando las galletas en whisky de malta. Pero menos mal que no se lo compramos, que en estas cosas no hacen descuentos y yo después de ver lo que pasó en Serbia no se lo regalo ni de coña.
La imagen que dejó en Serbia es sencillamente deplorable. Normal que se la comieran a abucheos, silbidos y pitadas. Llego yo a haber pagado por ir a verla y me la encuentro en ese estado y más le vale que no tenga al lado un puesto de bocadillos, porque igual salía de allí con un moratón en el ojo que la mortadela bien lanzada puede llegar a ser altamente peligrosa. Llegó una hora tarde, motivo por el cual los fans de Amy Winehouse ya empezaban a estar calentitos, que no es un rato tarde, que va, es llegar casi “un concierto” tarde. Pero cuando subió al escenario tambaleándose más que las botellas del lechero, con peligro de dejarse los dientes en el suelo, y empezó a cantar entre dientes… válgame el cielo.
50 euros pagaron por oírla y no les dieron tomates que tirarla… menuda vergüenza.
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