De verdad que no termino de entender a Miley Cyrus. En su obsesión por sepultar su pasado teen, se ha dedicado a hacer todo tipo de apariciones bastante poco afortunadas en lo que a buen gusto se refiere, pero de lo más efectivas en esto de hacer que hablan de una, aunque sea mal. Pero de vez en cuando, en lugar de sacar su lado más chabacano, nos deja ver otra parte de ella, mucho más chula, interesante y atractiva. ¡Ya podía salir así siempre!
Un buen ejemplo lo tenemos en la portada del mes de diciembre de Cosmopolitan, donde es la protagonista absoluta con un vestido semitransparente lleno de pedrería de colores que le da un aire súper juvenil y fresco, y que le sienta estupendamente bien. Es la misma, con su pelo incomprensible y esas cadenas de oro que personalmente no me gustan nada, pero está a años luz de la chavala de la lengua interminable que últimamente pasea por todas partes.
Ésta es la mejor época de mi vida. No voy a mirar atrás y estar en plan, "Ojalá no hubiera estado de bajona por la ruptura", ¿sabes? Porque no es eso lo que Dios quiere que mi vida sea ahora mismo. Dios quiere que mi vida vaya de tener éxito y ser feliz y bendecir a otra gente y ser bendecida.
Ehm... Bueno, no sé yo hasta qué punto a Dios le gustará que salga con las pintas de los VMA dándole cachetes en el culo a otra señorita y metiéndole mano al cantante de al lado, pero bueno, cada uno es muy libre de creer en lo que quiera. Desde luego, yo prefiero a la Miley de esta portada de lejos.
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