Pongamos que no nos llega nuestro sueldo mileurista para pagarnos un piso en el centro de nuestra urbe. Pongamos que nos gusta el campo, o en su defecto los espacios abiertos en los que el asfalto no sea el elemento omnipresente. Nos decidimos a dar el paso, el gran paso, y abandonar el ambiente urbanita para recalar con el espíritu del boyscout que siempre creímos que llevábamos dentro. Nos dejamos la pasta en una caravana de quinta mano y en el primer lugar pedregoso en el que no vemos civilización, allí nos quedamos.
Pues ni con esas, oye. Es llegar y al poco rato después ya tiene que venir la pesada esta de la Alessandra a privarme de mis relajantes vistas... ¡es que no hay derecho! Pose por aquí, pose por allá... y ya tenemos portada en la revista DT. ¿Y yo qué? ¿quién me paga a mí por daños y perjuicios a mi tranquilidad emocional? Ya nunca seré el mismo, mis vistas a las montañas ya echan de menos la vuelta de la señorita Ambrosio... ¡una solución quiero!
Nada, regreso a la urbe. Si no es que no pueda vivir sin ella en medio del desierto, es que aquí no llega el cable y el 3G para mi conexión de tarifa plana flaquea un poquillo... ¡Alessandra, qué nos das!
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