Es el llamado 'Síndrome Borbónico', y por suerte para la humanidad, tan solo unos pocos lo padecen. Es fácilmente detectable. El comportamiento de quien lo sufre cambia en cuanto hay algo de música ambiente y una botella de vino sobre la mesa. No hay explicación científica sobre el mismo, pero tampoco hay dudas de su existencia: Froilán, en las ultimas horas, ha sufrido un brote.
Es una especie de mutación. No todos los Borbones están infectados, pero los nietos del emérito, el principal transmisor, no se han librado. Victoria sucumbió al poder del síndrome y se ha convertido en una propagadora de primer nivel. Vive de evento en evento, visita los mejores restaurantes y disfruta de las discotecas de moda sin soltar un euro. Es adicta a la fiesta, al cachondeo y al desenfreno. No tiene fin, no tiene límite, y ese es precisamente el príncipal síntoma de la enfermedad.
Froilán creyó haberla superado. Se marchó a Abu Dabi para desintoxicarse y lo consiguió por unos meses. Le costó al principio, pero supo vencer a la tentación. Logró involucrarse en el trabajo y llegó a convertirse en la estrellita de la oficina. Su jefe, un árabe millonario que controla la mayor reserva de petróleo en Emiratos, confía en el nieto de Juan Carlos para organizar la Cumbre del Clima.
Froilán es un tío valorado en el curro, trabajador y responsable. Ha demostrado ser capaz de hacer algo más que pedir copas en la barra de cualquier garito, pero nada más pisar suelo español, se ha transformado. Aterrizó hace pocos días y, lejos de quedarse en casa con mamá, el muchacho ya ha sido pillado de juerga en una terraza madrileña.
De este modo, queda confirmado que Froilán no se ha curado. El síndrome Borbónico corre por sus venas y se reactiva con facilidad. Las compañías también influyen, y todos saben qué clase de colegas tiene el nietísimo. No son de los de ir al cine ni a la biblioteca, ellos prefieren los bares, las listas VIP y el champán francés.
Fotos: Gtres / Telecinco
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