Las cosas claras, el chocolate espeso (en tableta, en helado, me gusta de todas las maneras) y el yogur con tropezones, por favor. Esto es lo que debe haber pensado la hija de la siempre malota, nunca 'inmalota', Rocío Carrasco, que se ha pronunciado por fin sobre la acalorada (lo más normal en agosto) discusión con su churri Manuel Bedmar en un merendero.
Socialité, el programa donde María Patiño nos pide que nunca dejemos de soñar al ritmo de Manuel Carrasco, reveló que la pareja se puso farruquita en un chiringuito de la preciosa Málaga. De hecho, Rocío estaba tan 'emparanoiada' que se levantó y se fue. Qué bien educada la tiene Antonio 'Deivid', que eso es lo que hacen en Sálvame. "¡Qué orgulloso estoy de mi niña!", pensará.
Antonio David nos cuenta cómo fue su vida en la casa de Rocío Jurado #GHVIPLímite1 pic.twitter.com/p7hU7fEVGn
— Gran Hermano (@ghoficial) September 17, 2019
Pero mi pregunta es... ¿qué hizo cabrearles tanto? En un chiringuito solo cabe la velada idílica y el olor a fritanga, ¿estaría de mal humor porque le pusieron poco hielo en el tinto de verano? ¿querría él pedir calamares y ella boquerones? ¿acaso se cabreó porque el Maxibon estaba tachado con rotu de la carta y se tuvieron que conformar con un Calipo lima-limón de postre?
Rocío Flores, ex superviviente, le ha echado ovarios y lo ha contado todo en su Instagram. No iba muy desencaminado, según lo que ha declarado: la pareja se hinchó a pedir comida y visto lo que sobró, al borde del jamacuco, quisieron los restos para llevar. Escuchados los motivos, se comprende mejor la bronca, claro... Dicen que hablando se entiende la gente, pero yo no he entendido nada de estas declaraciones.
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